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sábado, noviembre 15, 2003

IDIOTA

Tenía ganas de robar algo. Pero algo que valiera la pena robar.
Entonces decidí que era necesario trazar un plan lo más exacto posible para obtener el mayor éxito posible.
Estaba tratando de hacerme con mas de un millón de dólares.
Claro que no sería fácil, es más, tampoco podría hacerlo solo. Necesitaba ayuda.
Así que traté de ponerme en contacto con los mejores ladrones que se pudiera obtener.
Estuve rondando los bares y boliches donde solían reunirse y de apoco completaría completando el círculo.
Primero necesitaría tres conductores, de los más expertos. Segundo, un experto en explosivos. Tercero, dos lindas chicas. Cuarto, tres malechores de la peor calaña, asesinos para hablar mejor. Quinto y último un experto en cajas fuertes e informática.
Nunca pude conseguir a ninguno, es más, nunca pude dar el golpe.
La noche que empezé a buscarlos, tuve la mala suerte de empezar por el cuarto.
Uno de los asesinos no me dió tiempo a explicarle que era un cajero de banco enojado con la empresa, con tres hijos por alimentar, con una hipoteca por pagar, que no quería violencia, sólo hacerme con un par de billetes. No me dió tiempo a sacar mi arma, en un santiamén tenía clavado un cuchillo en mi garganta.
Hoy no tengo laburo, mi mujer me dejó y tuvieron que extirparme la larinje. No puedo hablar, solo escribir en una computadora. ¡Qué idota!
ANGEL?

Era de tarde, las hojas del otoño ya daban paso a los flacos dedos muertos de los árboles. Las nubes se abalanzaban densas y trémulas sobre las sombras diáfanas que la media tarde producía en las calles.
Las baldozas se bambaleaban con cada paso que se daba sobre ellas y el agua acumulada debajo, salpicaba, ensuciaba, humedecía los pantalones.
El frío se metía en la naríz produciendo el dolor callado y punsante de la muerte.
Las manos, escondidas dentro del abrigo, encontraban el tabaco suelto de viejos cigarrillos rotos en pasados no remotos; jugaban con una pequeña moneda de diez centavos, que al tacto parecían una de un peso. Pero nada es tán fácil. Ni siquiera cruzar la calle de un barrio tranquilo cuando el sol se está yendo. Porque uno no sabe con lo que se puede encontrar.
Un auto sorpresivo a gran velocidad, una bicicleta de reparto de pan y facturas, un perro muerto de hambre, un vecino del lugar desconocido para uno, que sólo pasa por allí muy de vez en cuando, personajes de todo tipo, el amor de tu vida.

-Con cada paso que doy, mi corazón late más lento. - susurraba lentamente mientras caminaba. Y ahora pienso que también me alejaba más de ella.
Podría decirse que las necesidades de muchos anteceden a las de pocos. Y más aún si las necesidades de éstos, parecen ser mejores. ¡Pero qué mierda resulta ser eso cuando uno no quiere sufrir!
Creo que en esos momentos de tristeza uno debería agarrar una botella de vodka, un paquete de cigarrillos, una buena cantidad de dinero e irse a cojer una buena puta. Pero al día siguiente, cuando la bronca, la calentura y la reseca se van, el que se queda es el remordimiento y el dolor, esa bestia boraz que sólo se vá con la muerte. El hijo de puta se dá un festín con los débiles corazones, con las sobras que quedan luego de la carnicería perpetuada por el amor. ¿Por qué preocuparme por las necesidades de tantos y dejar de lado las mías?

Quisera volver a vivir y morir diez veces para así cometer los mismos errores y poder convertir buenos momentos en malos ya que la mierda de vida que me tocó vivir, ha hecho lo suyo sin que yo me involucre. Así que ¡Qúe mierda! ¡Si debo sufrir que sea bien merecido!
Al fin al cabo trato de hacer lo mejor posible y parece que nadie se dá cuenta.
Por eso ahora estoy pensando en matarme, ya que es innecesario continuar con una lucha que yo mismo he dado por terminada.
Me ganaron. Todos lo han hecho.
Los miro con sus vidas satisfechas y en lo único que pienso es en lo miserables que deben ser sus vidas. Lo basuras que deben ser en realidad. Pero muestran sus felices caretitas de superación, y el hecho de que personas más infelices, falsas, mentirosas, me hayan ganado, me dá mucho mas odio de lo que sería si me sintiera un perfecto mediocre.
Siempre se dice que uno, si pone su granito de arena, puede ayudar a cambiar al mundo. Pero no dicen nada si ni siquiera puedo encontrar un mísero e insignificante grano de arena. ¡A qué estúpido se le ocurrió esa frase! Seguramente a un insufrible que vivía en una playa, mirando el mar, en su casita de fin de semana. ¡Dios, en qué clase de resentido me hé convertido!
Seguramente en uno que perdió sus esperanzas. Que piensa que todo es en vano, que no es necesario pelear por alguien que no lo merece. Salvar a un mundo que no quiere ser salvado. Y cuando hablo de mundo también hablo de ella.

-Perdóname mi amor por decirte que eres un ciega, cobarde, poco creativa hija de puta madre. -digo cuando un perro enorme y negro me ladra a través de las rejas, que por mala suerte, me separan de él. Me gustaría saltar sobre la reja y darle una buena patada en el culo, pero sé que soy un cobarde y el perro al parecer también, por eso me ladra mas fuerte. Piso una baldoza y me ensucio mis ya sucios blancos pantalones.
Por eso de a poco me voy acercando a mi casa, cárcel de mi soledad, cómplice de mis derrotas, guardia de mis secretos, tumba de mi vida.
Pienso en los sucesos que provocaron el desenlace del fin de mi existencia y aún no los comprendo. Supongo que debe ser el hecho de que soy un ángel Un ángel que gusta matar ilusiones y robar sueños. Pero debo de ser uno muy malo, no por que me hayan descubierto, sino por que me lo he hecho a mi mismo.
Y este último pensamiento me plantea una duda. ¿Podré matarme? ¿Podré olvidar el hecho que me enamoré de la humanidad? ¿Qué fué lo que me atrajo de ella? ¿Fué el hecho de querer arrebatarsela a Dios?
¿Fué el poder de poder hacer con ella lo que quisiera? No lo sé, pero el amor es sufrimiento, y yo sufro todos los días. Porque todos ellos, me encuentro con ella, en cada esquina, en cada casa, en cada calle que cruzo. ¿Podré acabar con este dolor? ¿Un ángel puede morir? ¿Por qué Dios me dió la oportunidad de ayudarlos si sabía que no podría? ¿Por que ella no se dá cuenta que él hace todo lo posible para hacerlo? Supongo que he fallado por eso quiero cortar mis imaginarias alas y dejar que la oscuridad se apodere de mi corazón.
La tarde se hizo noche y debo llegar a mi cuarto a buscar la mejor forma para alejarme de este mundo que no me escucha, que no me vé, que no me comprende.
Pero mientras estoy afilando el cuchillo que usaré para mis entrañas me surge una aterradora pregunta.
¿Y si todos fueramos ángeles?...Pero no, no puede ser, ¿cómo desgraciados hijos de puta que tanto odio y amo, podrían siquiera tener sentimientos parecidos a los que estoy teniendo ahora? Sería imposible.
Mejor termino ahora, tengo algo que hacer...Dios me está esperando.
IMAGINE

El sol en el parque se escapa entre los árboles y una fresca briza me avisa que la tarde está llendose. Una canción de fondo me dice: “Imagina que no hay un cielo, es fácil si haces la prueba, Imagina...”
La transpiración por haber estado corriendo, se vuelve fría a medida que el viento golpea mi pecho, mi cara, mis manos. El camino asfaltado que serpentea por los árboles está ocupado por otras personas, que como yo, salen a hacer ejercicio después de la merienda.
Los veo pasar a mi lado y empiezo a reconocer rostros. Caras familiares de los otros días, de las otras tardes.
Ahí vá el viejo de andar gracioso, que corre caminando. El muchacho atleta que se saca la remera aún en invierno para mostrar sus músculos.
Los perdidos de siempre, “¿Perdón, la calle Pampa?”, la señora que pelea contra el tiempo junto a la hija que no vé el momento para cruzarse con el atleta. El soltero que hace correr a su perro batata, no sé si para mostrar que tiene un animal de pedigreé, para mostrar que es soltero, o para atraer a algún amigo que quiera jugar con él, de cualquiera de las formas, no creo que al pobre perro le guste andar corriendo; se le nota en la cara.
Pienso que no sería necesario hacer todas estas conjeturas si de alguna manera u otra, estos familiares desconocidos, empezaran a hablarme, iniciaran una conversación. Pero eso sería imposible. Esta ciudad vuelve ciega a la gente, desaparece al vecino, oculta al compañero, ensordecese al amigo, se devora a sí misma.
Todos los días he pasado por los mismos senderos a su lado, y no se han percatado de mi presencia. Suelo odiarlos, envidiarlos por esa virtud de ignorar a su prójimo.
Yo simplemente no puedo, soy parte de este mundo, de alguna u otra forma no puedo ignorarlos. Es más, hasta presto atención al pájaro que canta, al agua del bebedero que sale eternamente formando un pequeño lago, donde el niño chapotea mientras su padre mira a la señora y a su hija, al viejo y al atleta. Los mira y se burla, los mira y los envidia. ¿Perdón, la calle Castañeda?
Y su hijo juega en el charco y el perro batata se acerca demasiado y el niño lo salpica, y se enoja y ladra y muerde. Una discusión y el soltero defiende al perro y el padre al hijo. El perro mira y el niño también. Los dos se van a las manos y el viejo mira y envidia la fuerza que tienen para pelear, el atleta vé que la hija de la señora está mirando, se saca la remera por décima vez y los separa. La hija lo mira y la señora también. El perro ladra a todos, el niño llora, el padre maldice, el soltero pide que lo suelten pero sigue aferrado al brazo del muchacho musculoso, el viejo suspira y la señora y la hija también. “¿Perdón, la Av. Figueroa Alcorta?”
Y nadie percata mi presencia.

Pero no simpre fué así, oh no!; aún recuerdo estar corriendo por el parque cuando la tarde se iba, escuchando el nuevo tema de Jhon Lennon en mi flamante e importado walkman. “Imagine” creo.
Aún recuerdo al hombre que se me acercó y me habló. Me preguntó la hora.
¡Cuántas posibilidades para seguir una conversación! Claro que lo que siguió fué una orden, un arma, una cruel mirada.
Luego el dinero, las zapatillas, el walkman, el reloj. Y yo pidiendo ayuda y nadie que percatara mi presencia, sólo los fríos ojos del asesino.
Y la canción sonaba y el sol se iba y de repente la música enmudeció, el sol se fué y todo se convirtió en un oscuro silencio.

Pero el sol sale y la canción vuelve a empezar una y otra vez cada tarde cuando salgo a correr por los eternos senderos del parque.
Lo que todavía no entiendo cómo es posible que esas personas no se den cuenta que estoy aquí. Corriendo a su lado, mirándolos de frente, atravesándo su cuerpo si es necesario. ¿Es que son todos ciegos? ¡Por favor, estoy aquí! ¡¿Es que no escuchan?!
¡¡¿No me vén, acá estoy, es que acaso no escuchan la música?!!
ALMA NEGRA

Para mi viejo.
Que desde que yo era chico lo veía leer.

AMBIGUO,GUA.
(Lat. ambiguus, de ambigere, vacilar)
adj. Incierto, de doble sentido. Que admite diversas interpretaciones.
MENTIR.
(Lat. mentiri)
intr.Decir o manifestar algo
opuesto a los que se sabe o se cree. Desdecirse
HIPOCRESÍA.
(gr. hypokrisía)
f. Fingimiento de sentimiento o cualidades diferentes a los que se tienen.
LOCURA.
f. Condición de una persona
cuando sus funciones cerebrales se alteran.

1

Silencio. No percivo otro sonido que no sea el de la estática en la radio.
Hace frío, me llega un recuerdo. Empiezan a aflorecer otros. Los estoy viviendo. De repente se van. Otra vez el silencio, interrumpido únicamente por la estática de la radio.
No sé bien lo que se puede llegar a entender en este momento, pero lo más seguro es que se entienda lo que no expliqué todavía.
Supongo que es mejor así, que nadie sepa lo que sucedió, aunque no estoy seguro quién podría saberlo, pero me estoy adelantando y no es justo.
Aún después del tiempo que ha pasado desde el instante que viví esta historia, todavía sigo sin comprenderla, o quizás no la quiera comprender, aunque lo deseo. De la misma manera que desee no haberme ido a aquella plataforma de extracción petrolera, aquel invierno de hace treinta años. Los recuerdos vuelven, silenciosos.



2

Principios de Julio, hacía frío, vaya si lo hacía. Vientos fuertes, que podrían derribar a un toro fornido, pegaban contra todo, haciendo el trabajo que era complicado aún más difícil. Por eso digo que es complicada la profesíon de piloto de helicópteros, más aún cuando hay que pelear contra las imprevistas ráfagas, que pueden aparecer cuando uno trata aterrizar el aparato sobre una isla de concreto en medio del Océano Atlántico Sur.
Eso fué exáctamente lo que le dije al piloto cuando ví los veintidos metros de ancho de la plataforma de aterrizaje. Más aún teniendo en cuenta que el helicóptero era uno de esos de dos hélices.
Qué pequeña se veía, qué pequeña que era en realidad. En el centro de esta había una gran H amarilla rodeada por un círculo del mismo color que a medida que íbamos decendiendo se hacía más grande, aunque a mí me pareció que seguía del mismo tamaño.
Desde arriba la estructura se veía como una roca desteñida,que parecía gritar para que el mar no se la tragara, una segunda inspección más detenida hacía aflorar los rasgos característicos de la mano del hombre.
Caños por doquier, pequeños, medianos, grandes, gigantescos; grúas y cables, concreto que parecía peleárse con los caños para ver cual de los dos tenía la supremacía sobre el paisaje. Pero los dos cederían en esta batalla si pudieran ver quienes los sostenían.
Colosales columnas de hierro eran la base. Como la tortuga que los antiguos griegos creían que sostenía al mundo, así lo hacían estas columnas. Vaya si lo hacían. Aguantaban el peso de toda la maldita plataforma.
Aterrizamos. ¿Estará bien dicho? Es la primera ambiguedad que capto. Aterrizar en el mar.
Bajamos, yo y veintiseis personas más que nos sumaríamos a las cinco que nos estaban esperando. El personal se iba rotando cada semestre. A mí me había tocado este período, el peor, a pesar de que me habían contratado hacía cuatro meses.
Todavía recuerdo cuando vivía en Buenos Aires y soñaba con trabajar en el sur, por eso supongo que siempre me dediqué a lo mismo; por que estaba seguro que algún día me iría, y que mejor profesión que la de ingeniero; siempre se necesitaría alguno en el lugar donde todavía falta todo por hacer. Claro que ingeniero no hay uno solo y yo era ingeniero hidráulico, especialista en seguridad y mantenimiento. Seguridad que podría brindar a otros, ya que en lo personal siempre me sentí bastante inseguro, aún hoy después de tantos años; pero me estoy adelantando nuevamente.
Cuando me enteré que estaban tomando personal para la plataforma petrolera, no lo pensé dos veces, dejé la ciudad y me fuí.
Al llegar al puerto de Río Gallegos en la Provincia de Santa Cruz, sentía que por fin estaba cumpliendo mi sueño, aunque todavía tenía que viajar cuatrocientos kilómetros sobre el Mar Argentino para empezar a cumplirlo.
Y allí estaba parado sobre esa mole. Sientiendo abajo de mis pies el poder que me trasmitían las columnas, y la eterna lucha del mar por derribarlas.
Caminé por la pista con el resto del grupo, llevándo cada uno sus bolsos.
Pertenencias con recuerdos y sueños hacía el edificio donde estaban las oficinas y nuestras habitaciones. Tenia cuatro pisos, un edificio en el medio del mar, segunda ambiguedad. A ambos lados habia antenas satelitáles de comunicaciones. Grandes orejas blancas, que eran nuestro único contacto con el resto del mundo. Unos metros más abajo estaban las baterías que se alimentaban con combustible.
La plataforma se autoabastecía totalmente, ya que el gasoil para mantener en funcionamiento las máquinas que nos daban luz y calor, se refinaba allí mismo. El resto del crudo era retirado por los gigantescos barcos cisternas, y otro tanto por el óleoducto subácuatico hasta Río Gallegos.
A tal punto llegaba la independencia de tierra firme, que hasta había un huerto en hambiente controlado, que suministraba vegetales. La carne no era un problema ya que cuando nos contrataron, la empresa había puesto especial énfasis en sólo tomar personas que sean vegetarianas, por muy tonto que parezca, tenían una buena razón. Al principio me causo gracia y hasta desagrado, no por que no fuera vegetariano, lo cual soy, sino por que sentí que discriminaban a potenciales trabajadores. Pero luego de pensarlo era obvio que a los empresarios eso no les importaba. Así achicaban costos, los trabajadores serían razonablemente saludables y podrían seguirse promocionando como la primera plataforma de extraccíon totalmente independiente en el mundo.

Todavía no memorizaba los nombres de mis compañeros, a pesar de que los había escuchado, junto al mío cuando nos fueron nombrando en la charla previa que nos dió la empresa, en el puerto antes de salir. Allí nos habían advertido lo duro que sería. Seis meses alejados de la tierra, encerrados en una construcción de docientos metros cuadrados. Una pequeña manzana en la gigantesca ciudad del océano. Por un momento me sentí como un marinero, a punto de zarpar hacía algún puerto exótico, navegando por cálidos mares tropicales, como los que imaginaba en mi niñez cuando leía historias de piratas y bucaneros, pero por lo menos en esos viajes, uno llegaba siempre a su destino. Aquí, en cambio, uno está siempre anclado en un solo lugar, de un mismo mar.
En el momento en que me disponía a pasar por el dintel de la entrada, escucho el sonido que luego extrañaría tanto. El helicóptero que nos había traído estaba levantado vuelo, llendosé. Me doy vuelta y observo como se alejaba por el cielo gris de esa tarde fría de invierno.


3

No hablo mucho, será por eso que todavía no entablaba relación con nadie. Ayer, cuando llegamos lo primero que hice fué dejar mi bolso en la habitación que me correspondía. Ni siquiera lo abrí. Me desplomé sobre la cama. Era bastante cómoda, pero corta. Los pies me quedaban afuera, y la cabeza rozaba contra la pared. Paralela a la mía había otra cama, supongo que de mi compañero de cuarto. Recostado, inspeccioné a mi alrededor. No hay ventanas, paredes grises frías son los límites de este espacio, ahora mío. El mobiliario no es sofisticado. Busca más la comodidad que el gusto a los ojos. Giré mi cabeza y miré al techo, como esbozando una plegaria, y lo único que recibo es la luz blanca, limpia de los tubos fluorecentes, haciendo que las paredes sean más grises, más frías; convirtiendo todo el escenario en una sola imagen uniforme y solitaria. Cerré mis ojos, tratando de recordar mi sueño, mi objetivo de estar allí.
Fue entonces cuando escuché el sonido provocado por el mar golpeando las columnas. Estaba en el tercer piso, en una habitación cerrada, y aún así se escuchaba. Lejano, pero presente.
El rugido gutural del océano amplificado por los miles de recovecos y túneles del edificio, llegaba hasta mis oídos; sin pedir permiso, prepotente. Entrando en mi cerebro.
Por como se oía, diría que se trataba de una bestia queriendo salir de su celda.
Escalofríos recorrieron mi espina dorsal. El sonido sonaba más fuerte, más punsante.
Un miedo sordo se apropió de todo mi cuerpo. Aún tenía los ojos cerrados, los apreté con fuerza, tratando de quitar ese sonido de mi cabeza.
No logré hacerlo. Se me crisparon los pelos de la nuca, y un frío escozor recorrió mi cuero cabelludo. Se me cruza, entonces la idea de que durante seis meses voy a tener que soportar ese ruido, ese miedo. El sólo hecho de pensarlo me produce pánico.
Por Dios, dónde me encontraba, qué hacía allí. Me había dejado llevar impulsivamente por los deseos de ir al sur a cualquier precio, y ahora estaba pagando por mi temperamento. Fue cuando el mar y el viento rugieron en mi cabeza. Al menos eso fué lo que creí.
A pesar de las advertencias, que los gritos lejanos, parecían estar dándome para que no pensara, no me importó. Todo por mi sueño, me dije. Apreté con más fuerzas mis párpados.
Prometí no volver a cuestionar mis decisiones. Me propuse seguir adelante, terminar algo, aunque sea una idea en mi cabeza No dejarlo inconcluso. Todo por mi sueño. Sin importar los miedos.
Pero estar en esa habitación, por Dios. ¡Sin ventanas!
En ese momento solitario en la habitación, con ese maldito sonido, que seguía repitiendose, chillando, martillando en mi cabeza; me levanté y me dirijí a la salida. Dios!, por un momento hasta llegué a pensar que eso que escuchaba, era apropósito. ¡Qué diablos era eso! Ya no estaba seguro de que se tratara del océano. Sonaba malicioso, diabólico. Sombrío.
Paralizado traté de arrastrarme. La resonancia se hizo más fuerte. Me apresuré a salir de allí.

El sonido se había transformado. Ahora eran como las voces de dolor de personas. Lamentándose, agonizando.
Por Dios, nunca había sentido tanto miedo, en ese momento me dí cuenta de algo peculiar, había perdido el control. No sé porqué, solo quería irme. Escapar.
El mar gritó con furia. Las voces se alzaron con ira.
Paralizado, me dí cuenta que la sensación de escozor en la nuca y la acidez en el estómago, eran síntomas de puro terror irracional. Tenía las manos lisas de sudor y temí que se me resbalara la perilla y no pueda salir.
Corrí a la puerta angosta, la estoy por abrir, cuando un fuerte golpe me tiró al suelo. Dando un giro, caigo boca abajo; siento lo frío que es el suelo contra mi cara. Aturdido, traté de incorporarme, cuando siento una fuerza invisible que me sujeta del hombro y me jála hacia arriba, volando, casi hasta el techo.


4

-Perdón, ¿se encuentra bien?-dijo.
-¿Eh?- dije confundido.
-Discúlpeme, no sabía que había alguien atrás de la puerta. Por lo general golpéo. Bueno, creo que lo hice, ¿no?
-Sí, creo que sí-respondí agarrándome la quijada, haciendo un movimiento circular, como tratándo de volverla a colocar en su lugar.
-No pensé que hubiera alguien, no escuché ningún ruido.-dijo
Era cierto no se percivía ningún sonido, sólo silencio.




5

¿Qué había sido todo aquello? ¿Qué hizo me aterrara tanto? Ni siquiera había tenido tiempo de meditar las emociones. Se sucedieron tán rápido. ¿Y qué había sido ese repentino silencio que apareció, después de los gritos de dolor? De repente como si alguien les hubiera dicho que se callaran. Tantas preguntas que no podía compartirlas con nadie. Ni siquiera con mi compañero de cuarto. No, claro que no. Creería que estaba loco. Por cierto, ¿quién era él? Después del incidente no mencionó ninguna palabra. Las acciones se sucedieron velozmente, ni siquiera le pregunté su nombre. No había dejado su bolso sobre la cama, solo me miró, esvozó una leve mueca y se retiró.
Durante todo el día anterior estuve familiarizándome con mi nuevo trabajo y no tuve oportunidad de cruzarme con él, ni siquiera en el comedor, durante la cena. Cuando me levanté al otro día, por la mañana, estaba en su cama, sentado, mirándome.
-Buen día.-dije
No me contestó.
-Ayer no tuvimos tiempo de presentarnos, mi nombre es...
- Sé como te llamas.- me interrumpió.
-¡Ah!, bueno y tu eres...
-¿Tenías miedo no?-dijo con una sonrisa leve.
-¿Qué? ¿De qué estás hablando?- le pregunté haciéndome el desentendido.
-No seas hipócrita, te ví. Estabas temblando y sudabas.
Esa seguridad que emanaba de su interior y el tono sarcástico que utilizaba para referirse a mi, me amedrentaba. Pero la manera en que dijo que tenía miedo, fué lo que me puso furioso.
-Tenía calor y me dío acidez, todavía no me acostumbro al cambio.
-Mientes-respondió mirándome fijo a los ojos.
Me sentí presionado. Como si supiera algo de mí que yo no sabía.
A la vez me sentía en una desventaja total, conocía mi nombre y yo no el suyo, así que le dije:
-Escúchame, si te digo que me sentía mal y tenía calor es por que fue así-dije firme y agregué-además a ti que te importa.
Se puso de pie avanzó hacia la puerta y antes de salir giró la cabeza y me dijo entre dientes:
-Mientes.

¿Quién demonios se creía que era? Maldito estúpido. Después de que se fué me quedé con un sabor amargo en la boca. Pero lo que más me enfureció fué el hecho que no le respondí. Me quedé allí, acostado en mi cama, sin poder pronunciar ninguna palabra. Asombrado por el grado de desfachatez con el que me había tratado. Por un momento hasta parecía ofendido por mis respuestas. Si este iba ha ser mi compañero de cuarto, no lo quería. Preferiría convivir con la soledad, que estar con un infeliz semejante. ¡Y ni siquiera sabía su nombre!

6

Estaba lloviendo, lo podía apreciar a travez del ventanal. La lluvia era constante y precisa. Caía puntillosamente sobre la pista de aterrizaje. Desde aquí podía ver la torre de extraccíon. Tenía unos diez metros de alto y estaba enfrantada al edificio. En línea recta después de la pista.
Delante de la computadora, en la oficina de seguridad y mantenimiento, estaba revisando los planos de la plataforma cuando el pitido de la consola tres empezó a sonar.
Me deslizé hasta ella con la silla, las rueditas no estaban bien aceitadas, así que rayaban el piso a medida que me hiba empujando; oprimí el botón verde y la alarma dejó de sonar. En la pantalla apareció uno de los operarios de la torre de extracción. Tenía el sombrero de protección y un oberol naranja bajo un impermeable amarillo. La lluvia le pegaba en la cara y el viento hacía la comunicación dificultosa.
-¡Se atascó la mecha!-gritó
-Denle más presión.-dije tranquilizándolo
-¡Puede quebrarse!-dijo, mientras trataba de escurrirse el agua de la cara.
-No, si le dan tres quintos en reversa, y aminoran la presión del gas refrigerante.
-¡Entendido!-dijo y cortó la comunicación.
Mientras tanto delante de la consola dos, veía como las barras horizontales de color verde, que representaban el refrigerante, iban disminuyendo. En la consola número uno en color rojo, las de la presión de la mecha de perforacción, en aumento.
Como la extracción en el mar es diferente a las de la tierra, los medios utilizados son totalmente diferentes. Aquí uno no hacía un solo pozo, al contrario, tenía que hacer varios. Desde la torre desendían bajo el agua varios tubos, como si fueran las raíces de un árbol. Cada uno hacía una insición en la roca del fondo marino, y cada mecha era independiente de la otra. Algunos caños estaban funcionando hacía tiempo, extrayendo petróleo, pero otros seguían en la busqueda. Perforando cada vez más, y más en las entrañas de la tierra.
La alarma de la consola tres volvió a sonar. Oprimí el boton verde y el operario aparecío.
-¿Qué sucedió?- le pregunté impaciente.
-¡Estaba funcionando, logramos destrabarla, y cuando lentamente estábamos retirándola, se atascó de nuevo!- gritó asombrado.
-¡¿Qué?!-le respondí- Eso es imposible, las mechas no se traban cuando salen, sino cuando entran.
-¡Sí lo sé, pero nosotros solo hicimos el procedimiento que nos ordenó!-dijo entrecerrando los ojos, por la lluvia que le molestaba.
-Esta bien. -dije suspirando- Denle presión y pónganla en primera velocidad, que vaya muy lento. Si se vuelve a trabar, apaguen todo, seguiremos mañana, no me quiero arriesgar a que se quiebre el tubo refrigerante y vuelen por los aires por la presión- apreté nuevamente el botón y se apagó la pantalla.

Me paré, y con los manos cruzadas tras mi espalda, caminé hacia el ventanal lentamente, mirando la lluvia que se arremolinaba con el viento.
Ví como trabajaban los hombres.
El operario con el que había estado hablando se dió vuelta hacia donde yo estaba,alzó la mirada, levantó el brazo y me mostró el pulgar, signo de que estaba todo bien. Extendí la palma de mi mano sobre el vidrio en señal de respuesta, él bajó el brazo y luego ví como voló por los aires junto con los otros cinco que estaban con él.

7

No sé que fué peor, si el hecho de ver la explosión y como morían esos hombres, o el haberme dado cuenta que fué mi culpa.
De una forma u otra, ya estaba hecho.
Al quebrarse la mecha, el gas produjo una presión, que subió velozmente por todo el conducto, y estalló en la base de la torre de perforación.
No se dieron cuenta, no sufrieron. El gas refrigerante no es inflamable, así que solo fué la onda de choque, acompañada de un estrépito colosal, que sacudío toda la plataforma.
El ventanal en donde yo estaba se astilló y voló por los aires, produciéndome cortes por todo el cuerpo.
La torre también había sufrido algunos daños pero estaba intacta. Dios! Pienso que si se hubiera abollado la base, esa montaña de fierros de diez metros, no hubiera soportado su propio peso y hubiera caído sobre la pista de aterrizaje. Por suerte no sucedió.
El sistema de seguridad, había funcionado a la perfección, el escape de gas se cerró automáticamente al igual que el tubo donde estaba la mecha que se soltó y cayó al fondo del mar.
Me hizo sentir aliviado que no se produjeran más víctimas.

Estando en la enfermería curándome de mis heridas, cuando aparecío el jefe de planta.
-¿Qué diablos pasó?- me preguntó furioso.
Recostado en la camilla, corrí la sábana que me tapaba, para que viera mis heridas y le dije:
-No lo sé. En un momento yo le estaba ordenando al operario que apagara la mecha atascada, no me hizo caso y la puso en reversa; al instante siguiente estaba tirado en el piso de mi oficina, cubierto de vidrios.
-¡Pero cómo pudo pasar esto!- gritó-¿Cómo hago ahora para explicarles a las familias de esos pobres diablos?-Se dió la vuelta y se fué insultando al aire.
Me volví a tapar con la sábana, esta vez hasta debajo de mi nariz. Y pensé que fué peor, si saber que fué mi culpa, o el hecho de haber mentido.


8

Era de noche. Estaba sólo en mi cuarto. Sentado en la cama, recostado contra la pared, mirando fijo a la pared gris de enfrente. Mis brazos estaban recaídos a ambos lados de mi cuerpo. Mis piernas estiradas, cruzándose a la altura de mis zapatos.
Desde el accidente, hacía tres días, nadie hablaba conmigo. No me sentía mal por eso, yo no era de conversar mucho. Retraído diría yo.
Lo que me preocupaba era lo que podrían estar diciendo de mí.
Por la fuerte explosíón, las consolas de mi oficina, habían sido dañadas, y no habían quedado registros de la operacíon que produjo la catástrofe. Así que estaba tranquilo, nadie sabría lo que realmente pasó. Bueno, nadie no. Yo lo sabía. Recordaba haber dado la orden de seguir perforando.
Pero si hubiera dicho que era el culpable, me despedirían, y no podría cumplir mi sueño, trabajar en el Sur. Recordé que me había prometido terminar lo que empezara. ¡Todo por mi sueño!
El jefe de planta había tratado de comunicarse con Río Gallegos, pero las antenas no funcionaban. La onda expansiva las había tumbado, pasarían algunos días hasta que pudiera transmitir la noticia. De repente empezé a imaginar cómo estarían hablando de mí en el comedor, los demás trabajadores. Especulando acerca de lo que había sucedido. Echándome la culpa de todo.
La idea me enfermó. Chismosos como viejas de barrio, peleándose para ver, quien me acusaba más, con mejores fundamentos. Riéndose de mí. Complotándose para hacerme la vida imposible.
Cerré mis ojos e imaginé que desaparecía. Fué cuando las voces volvieron. Gritos de lamento, llantos y dolor.
Abrúptame me paré y miré hacia todos lados. Respirando tan fuerte que me dolía el pecho.
Nada. Silencio.
¡Maldición! ¿Lo había imaginado o acaso estaba volviéndome loco?
Intenté tranquilizarme, asegurándome que sólo fué mi imaginación.
Sentí frío. La temperatura bajó en el cuarto. Me dirijí hacia el termostato para aumentar el calor. No funcionaba. La temperatura siguió bajando.
El vapor de mi aliento empezó a salir por mi boca. Estaba asustado. Paralizado por el miedo y el frío.
Las voces gritaron, y ese sonido lastimoso, que venía directamente desde el centro del infierno, me dijieron al unísono cómo un coro de ángeles demoníacos: ¡MIENTES!
-¡NO!-dije en voz alta agarrándome la cabeza, sacudiéndola.

Hubo un silencio. Las voces desaparecieron. La temperatura en la habitación comenzó a subir.
Estaba arrodillado en el suelo, abrazándome a mi mismo, mesiéndome lentamente. Temblando.


9

El pasillo era largo y oscuro. El techo estaba cubierto por cañerías. Había un solo foco cada varios metros, que iluminaba las puertas laterales de las diferentes habitaciones.
Había salido corriendo de mi cuarto, y estaba transitando el interior del edificio. Parecía un laberinto. Al girar a la derecha estaba el mismo pasillo que había abandonado, cañerías en el techo y puertas a los costados.
Al final de uno de estos túneles estaba la salida. Dirijiéndome hacia ella, ví una figura que se acercaba. Las luces tenues del pasillo convertían las sombras en diferentes imágenes, la figura se convirtió en una forma indefinida bajo el haz de la débil luz de los focos.
Traté de dicernirla en la oscuridad. Se acercaba rápido. Pude percibir su respiración, era un sonido áspero, como de madera aserrada.
Fué a escasos metros de mí, que se detuvo, como estudiándome. Yo también me había detenido, observándolo. En ese instante, la sombra habló:
-¿De quién escapas?
Reconocí esa voz chillona. Podía imaginarme la mueca en su rostro. Era ese imbécil.
-Apártate de mi camino-dije firme abalanzándome sobre él.
-¿Tienes miedo verdad?- dijo poniéndo su mano en mi pecho impidiéndome pasar
-¡Házte a un lado!-grité, furioso, sacándome su mano de encima.
-Está bien temer. El peligro que acecha o el mal que amenaza merecen un poco de temor.-dijo tranquilo y agregó- y tú lo sabes, llevas el mal dentro tuyo. Eres el peligro.
-¡Vete al diablo, maldito loco!- grité en su cara. Le dí la espalda y me dirijí a la salida. Mientras me alejaba, gritó.
-¡El miedo final está cerca! ¡Tú eres su herramienta!

Un minuto después estaba en la cubierta, apoyado sobre una baranda, mirando el mar y pensando hacerca de lo que me había dicho.
Pensé en los muertos, en la manera en que había mentido, en los gritos que escuchaba y me di cuenta que tenía razón, era peligroso.

10

Pasaron cinco días desde mi encuntro en los pasillos con ese personaje y todavía no entendí a lo que se refirió cuando dijo que “el miedo final está cerca.” Lo estuve meditando creyendo que se refería a mí, pero no cerraba.
Entonces me dí cuenta que ese tipo estaba más loco que yo. Fuí hasta la oficina de personal. El encargado estaba con todos los demás arreglando las antenas y las otras averías.
Me sente delante de la computadora y abrí el archivo de personal.
Como no sabía su nombre, tenía que revisar todas las planillas hasta encontrar su foto.
Estuve un largo rato, ya que nos sólo estaban las de los trabajadores actuales sino también de los que se iban rotando.
La sorpresa me invadió cuando no encontré ningún rastro de él. Mi cuerpo tembló.
Me levanté de la silla y fuí hasta el archivero donde estaban los expedientes de los que fueron despedidos. Seguro sería alguien que fué echado y de alguna manera se había introducido en el helicóptero.
Con mis dedos iba pasando las carpetas, encontre dos.
Las abro y ninguna de las fotos correspondián con el sujeto.
Una sospecha me hizo buscar en Accidentes de Trabajo.
Allí estaba.
El hombre había tenido un accidente hacía algunos años
Ahora me sentía en peligro. No sé por que.
Supongo que es la primera reacción que uno tiene al darse cuenta que estuvo hablando con un fantasma. Eso es lo que era.

Por un momento, llegué a pensar que sufría de ezquizofrenia, que veía cosas. Inventando todo un mundo a mi alrededor. Pero en el exámen que nos habían hecho antes de llegar, no decía nada. Quizás los doctores no la notaron. Estuvo todo este tiempo incuvando como un huevo puesto por la locura dentro de mi ser. Los últimos sucesos, habrían sido demasiado fuertes para mí, provocando que madurara. Pero no, era imposible, me negaba a pensar de que me había desquiciado. Era más fácil y menos doloroso pensar que existían los fantasmas.

Bajando por el ascensor hasta la plataforma donde estaba el resto, fué cuando me decidí que sería mejor comentar lo que había descubierto. Obviamente no les diría, que había visto a un muerto, ni siquiera que hablé con él. Pero los advertiría para que estén atentos por cualquier hecho que suceda y si juntaba valor, les diría que necesitaba hablar con un médico. En ese momento, tratando de hacer un repaso de todo lo que había sucedido desde mi llegada, recordé la mecha que se había atascado en reversa, y lo imposible que eso era, la forma en que mentí, los gritos que escuché a mi arribo y después del accidente.
Un terror malvado me llegó, al pensar que estos hechos pudieran estar de alguna manera relacionados. Luego pensé en el huevo plantado por la locura.

Todavía iba en el ascensor cuando empecé a sentir frío.
El vapor salía de mi boca.
Escuché, un eco que provenía de todas partes: El miedo final se acerca.
Todo mi cuerpo se paralizó.
Tú eres el peligro que acecha.
-¡Basta, déjenme tranquilo!-grité mirándo hacia la puerta del ascensor.
No escuché ninguna respuesta, me sentí atrapado entre esas paredes de metal. Me empezó a faltar el aire. Respiraba con fuerza, jadeante. El frío ya era insoportable.
El eco de las palabras volvió.
¡El terror será liberado y nadie quedará! ¡Nadie!
-¡¡Vete al infierno!!- grité con tal fuerza que me ardió la garganta.

Se abrieron las puertas y corrí al exterior. Crucé por la puerta principal hacia la plataforma exterior.
Agitando mis abrazos empecé a llamar la atención de todos. Algunos estaban con las antenas, otros en la torre y el resto sobre la pista de aterrizaje.
Cuando se dieron cuenta de mi presencia, dejaron las herramientas y comenzaron a caminar lentamente hacia mí. Con los puños cerrados y la cabeza gacha, se iban hacercando. No podía ver sus rostros.
Estaba por acercarme más, cuando uno levanto la mirada.
¡Por Dios! ¡Sus ojos!
Estaban completamente negros. Todos lo estaban. Empecé a dar pazos
hacia atrás, despacio. Seguían mirándome fijo con esos ojos negros. Comenzaron a hablar muy despacio, como zombies:
Asesino
Repitieron la palabra pero más fuerte.
¡Asesino!
-Q-q-qué demonios?-tartamudeé.

Todos levantaron sus cabezas al cielo y comenzaron a mecerlas de izquierda a derecha, como en un trance. Aullaron y comenzaron a gritar en diferentes tonos cada uno haciendo un coro maldito. Fué cuando reconocí esos gritos, que clamaban justicia, eran los mismos que había escuhado antes.
Lleno de pánico empezé a sudar, estaba empapado, viendo ese espectáculo macabro.
Corrí hasta la terminal externa del depósito de petróleo y giré la llave que abre uno de los tubos.
El crudo comenzó a salir bañandolos a todos.
Comenzaron a correr hacía mí, gritando y aullando.
Dios, van a matarme, pensé.
Me puse debajo del dintel de la puerta y urgé nerviosamente en mis bolsillos. Todo por mi sueño, pensé.
Estaban por atraparme cuando saqué un encendedor a bencina.
Gritaron mirándome con esos ojos negros:
¡¡Asesino!!

Encendí la mecha, y sosteniendo el encendedor con la mano grité:

¡¡EL MIEDO A LLEGADO Y SOY SU HERRAMIENTA!!

Arrojé el encendedor al suelo y todo se convirtió en un infierno.



11

El sistema de seguridad, funcionó a la perfección. Al comenzar el incendio todas las puertas del edificio se cerraron herméticamente, protegiéndome del fuego que lentamente se fué apagando al cerrarse el tubo que antes había abierto.
A través de la claravoya de la puerta pude ver como se calcinaban los cuerpos de mis compañeros.
Me sentí mal por un tiempo, el matar a veinticuatro personas de un solo impulso, no era para menos.
Durante los días que pasaron, las voces en mi mente desaparecieron.
Tuve tiempo para meditar sobre todo lo que había pasado. No dejaba de asombrarme la coincidencia de que el petróleo que estábamos extrayendo, oro negro como le dicen, era tan oscuro como los ojos de esas personas.
¡Esos ojos! Por Dios, creo que jamás podré olvidarmelos.
Es extraño que ese líquido que genera tanto dinero, tanta avaricia, se encuentre en el interior del planeta. Como si todo lo malo de todas los habitantes del mundo se concentrara en esa solución sombría.

Había arreglado una de las dos antenas, y me comuniqué con Río Gallegos. Había estado pensando que decirles, y decidí que lo mejor era contarles la verdad.
Despúes de todo, fué mi culpa desde el principio.
Un día, después de varias semanas, cuando el mar empezó a golpear con fuerza contra las gigantescas columnas del mar, escuché un sonido que me hizo llorar.
El helicóptero que me había traído, venía a buscarme.

12

No sé muy bien lo que se puede llegar a enteder ahora, pero lo más seguro es que se entienda lo que todavía no he explicado.
Porqué digo esto?
Quizá sea por que me expresé mal o porque desde hace treinta años
desde que pasó lo que conté, todavía no comprendo lo que pasó.
Lo único que hago es sentarme junto a mi radio, esperando que vuelvan las voces, para demostrarles a todos que no miento. Que no estoy loco.
Yo digo que soy inocente, que no hice nada malo. Sólo defenderme.
A veces veo a mi compañero de cuarto, lo veo desde hace treinta años, un año por cada persona que maté.
Lo veo casi todos los días cuando me levanto a la mañana y voy al baño.
El me espera en el espejo y me dice lo importante que soy, la enseñanza que tengo para comunicar.
Él me dijo una vez que era la herramienta, muy bien, ahora lo soy.
Siempre me mira con esos ojos negros, penetrándo hasta mi alma del mismo color, no puede evitar sonreirme, mostrándome sus dientes.
-Te ves muy bien para tus años abuelo-dijo el enfermero mirándome a través del espejo.-Ven con el resto y enséñales la linda sonrisa que tienes.
Acomodando mi blanco cabello le digo:
-Voy a mostrarles mucho más.


FIN

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